
Un viaje hacia la medicina en Inglaterra
Caminaba hacia el hospital con las manos en las orejas, tratando de protegerlas de la ventisca. El frío trataba de reclamar propiedad sobre ellas, que se habían tornado del color de dos violetas marchitas. Pero me resistía. Avanzaba paso a paso, cual Edward Bransfield aproximándose a la Antártida. A mi rebufo el compañero Morrás, incansable internista en ciernes y miembro del club apreciador del Harrison. Nos encontrábamos en Filadelfia, disfrutando como masoquistas de una rotación externa durante el último tramo de sexto de Medicina, en lo que pudiera verse como una
dulce penitencia autoimpuesta.
Inmerso en una ventisca, a menos veinte grados, me pregunté por qué. Qué motivo era suficiente, qué causa tan justa como para aventurarme a seis mil kilómetros de casa, a una ciudad tan gélida que distintos apéndices de mi cuerpo amenazaban con tirar la toalla. Qué estaba buscando. O de qué huía.
Al fin entramos en la barriga del gigantesco hospital universitario de Pensilvania y, una vez salvadas mis orejas por el calor nuclear del café americano, me paré a reflexionar. Qué me hizo querer ser médico en el extranjero, y eventualmente en Reino Unido. Qué me llevó a dejar el MIR de lado y reorientar mi carrera hacia afuera, lo desconocido. Qué motivos pude tener para encararme cual Don Quijote a la burocracia que me separaba de tener una licencia para trabajar en Londres.
Pensé en la abominable tarea del MIR. Sexto era un año de regalo, para divertirse y armarse contra el inevitable dolor de las despedidas. Al final, todas las estrechas relaciones que creamos durante la carrera estaban destinadas a dispersarse. Y así ha sido. De modo que el tiempo era precioso. Qué valor tenía invertir las tardes durante un año tan agridulce para reaprender lo que ya habíamos aprendido. Encima para tener que enclaustrarme un año más a costa de mis exhaustos padres y mi salud mental, y rendir un examen obsoleto, que aún en el siglo XXI pretendía que todos supiéramos de todo, lo cual no sólo es imposible sino fútil. Aborrecedor. Definitivamente, el MIR fue un motivo.
También pensé en los residentes de mi hospital, a quienes idolatraba. Los seguía como la sombra seguía a Peter Pan. Respiraba su aire, me retorcía en reverencias con cada explicación o cumplido alentador y me deshacía de agradecimiento cuando nos dejaban dormir en sus camas, ya rancias, durante las noches en las que los seguíamos como animadoras de baloncesto. Y sin embargo, poco a poco, los vi languidecer. Pasaron los años de cuarto, a quinto y a sexto. Y a fuego lento los vi quemarse, llegar al hospital como un gato a la bañera. Dónde fue su vocación, su sonrisa inspiradora.
Se esfumaron.
Quizá fueran las guardias de 32 horas, ilegales en Reino Unido desde 2003, o el salario equiparable al de oficios que no requieren ninguna cualificación. Pudo ser la falta de flexibilidad del sistema; con el MIR o completas la residencia de cabo a rabo de un aliento, como quien bucea doscientos metros del tirón, o vuelves a empezar de cero. La vida es más compleja que eso, y a veces necesitas cambiar de aires sin que te castiguen por ello. Quizá fuera el prospecto nefasto de empleabilidad, o más bien, la certeza absoluta de ir al paro en cuanto acabasen la residencia. O peor aún, mendigar y tener que dar las gracias por una beca de investigación escuálida.
También recordé con cariño mi tiempo en Camerún al acabar quinto, que aunque duro, me
demostró que la medicina, como la música, se puede hacer en cualquier lugar y con distintos medios. Allá en las junglas perdidas, entre niños y árboles, se abrió una puerta que nunca más conseguiré cerrar. Y es que una vez sales de la caja, es difícil volver a meterse en ella. Parece que en el fondo, la decisión ya estaba tomada hacía tiempo.
Barajé mis opciones. No me entusiasmó la crueldad asimilada del sistema estadounidense, “paga o muere”. Mi corazón no podría soportarlo. Visualicé las playas demasiado distantes de Australia, pensé en el equilibrio de Alemania; aunque una pega… ¡ni papa de alemán! Pensé en Canadá, aunque esto último hizo temblar a mis magulladas orejas y, finalmente pensé en Reino Unido. El sistema sanitario estaba basado en la universalidad, la tolerancia y la diversidad. Siendo de Bilbao, la lluvia no me sorprendería (¡y resulta que no llueve tanto!). La música sería un paraíso indie-roquero comparado con los 40 principales. La cerveza un buen final a un duro día de trabajo, y todo a dos horas de mi familia y amigos. No tendría por qué ser el hijo que vuelve por Navidad, y sólo por Navidad.
¿Y qué ha sido de mí? Han sido cinco años intensos, “ups and downs” como dicen aquí. He aprendido tanto… Sin ayuda, el proceso fue lento y costoso. Sin embargo, una vez aquí todo cambió. Mi salario me permitió independizarme desde el principio, con veinticuatro años, y vivir aventuras imposibles como surcar el Mekong en barca, bucear en Zanzíbar, caminar sobre los inhóspitos glaciares de Islandia y conducir un descapotable por las plateadas costas de California. También puedo hacer la compra sin agobiarme, o compartir una cena con mi pareja donde sea. Visito a mi familia regularmente, y mi red de amistades no conoce final en el planeta. He estudiado un posgrado que me llevó a vivir medio año en Laos, e investigo junto a académicos de grandes instituciones, con el respeto y el sueldo que ello merece. ¿A quién se le ocurriría pagar mal a un médico investigador?
El recuerdo de la vida de mis admirados residentes se me antoja un mal sueño, una realidad imposible. Pero así es. Así que ahora me dedico a echar una mano a quienes como yo, sueñan con llegar un poquito más allá, quienes creen que merecen un poco más de lo que España u otros lares en América Latina puedan ofrecer.
La decisión es tuya, tal y como lo fue mía entonces. Puedes lanzar una moneda, o sentarte a meditar. Al final, como en la película “Match Point”, el instante en que todo se decide es misterioso y un tanto fortuito y no le pertenece a nadie más que a ti. O quizá ya te hayas decidido pero aún no lo sepas. En cualquier caso, tanto mis compañeros en DocAway como yo estaremos encantados de ayudarte.
Guillermo


